divendres, 15 d’abril del 2011



Cuanto más vivo, menos seguridades tengo. Me refiero a esas del tipo: "esto es así porque..." o "esta es la consecuencia de..." Cuanta más experiencia adquiero menos certezas obtengo. Todo lo contrario.


Siempre creí que hacerse adulto era incorporar una serie de verdades inamovibles y regirse según ellas. Ahora, creo que la inmovilidad se acerca más a la muerte y al estancamiento. Que la vida es el misterio por excelencia, más que la muerte. Que la tierra es un ser vivo y, como tal, se expresa y manifiesta cuando quiere. Que las seguridades que ofrece la raza humana son tan firmes como una pluma en el viento y tan consistentes como un puñado de arena entre las manos.


Que vivir protegiéndose de todo no es vivir. Que los planes se desbaratan y los seres queridos nos son arrebatados. Que los arrebatos son saludables, pero no constantemente. Que la constancia es una virtud pero puede ser una cárcel. Que el peor carcelero es el miedo. Que los miedos cumplen una función en nuestra vida, pero hay que darles el día libre. Que el poder es una ilusión, pero poderosa.


Que el amor no es atómico ni matemático. Que la infalibilidad es un cuento. Que los errores son grandes maestros pero mientras enseñan pueden dañar. Que endilgarle la culpa de todo a un dios es de cobardes. Que como es arriba es abajo, y como es al costado es en el centro y como es afuera es adentro. Que si todos vamos a morir, empecemos a vivir. Que es mejor que la muerte nos encuentre viviendo. O cantando, como a John Lenon.


Y de todo esto que dije, no, no estoy tan segura...


Victoria Branca

dimecres, 13 d’abril del 2011


LOS BIORRITMOS DEL DUELO


Cierro los ojos y me voy a mi primer año de duelo. Ignasi murió de accidente, fue un shock tremendo, seco, que me dejó sumida en las tinieblas sujetada por esporádicos destellos de luz. De los sentimientos y emociones de aquellos tiempos hablo en “Volver a Vivir”, el diario que escribí durante el primer año de duelo. Los siguientes fueron parecidos al primero. Pasaba unos días bien, pero de repente porque llegaba otra primavera, otra navidad o porque la nostalgia, simplemente, se me hacía insoportable volvía a la desesperación, no se si bajaba más, pero mis fuerzas parecían agotarse porque los años de dolor desgastan y renombrar la vida conlleva un esfuerzo que me dejaba exhausta. El tiempo, por sí solo no arregla nada. Fue durante el segundo año que tuve que encararme con la rabia que me había producido la muerte de mi hijo. Durante el primer año estuvo disfrazada de tristeza. Fue un médico el que me dijo que la rabia me estaba envenenando, yo ni siquiera sabía que su fuerza me estaba matando. Como en los cuentos, atravesaba un bosque encantado y no sabía diferenciar a un dragón de otro de tantos que me asustaban. El dragón de la rabia por la muerte de un hijo es grande. Hablando poco se avanza. A mi me parece que es necesario un trabajo emocional y físico con un terapeuta especializado para liberarla. La tristeza va desapareciendo cuando soltamos la rabia. ¿Cuánto dura el duelo? Creo que no es posible contar por meses o por años. Lo que cuenta es mirar en nuestro interior y, como las capas de una cebolla, ir ahondando a través del dolor hacia el corazón de nuestra esencia. Nuestra alma, pase lo que pase, siempre está intacta y dispuesta a regalarnos serenidad y alegría. Por el camino encontraremos mil y una heridas, que hay que ir curando. El proceso sanador va unido a la confianza, en nosotros mismos y en el amor que hace posible la vida. La confianza va unida a la entrega. Si no soltamos, si nos aferramos al control, al pasado, a la culpa, si creemos que es demasiado tarde para cambiar, que no merece la pena… nos alejamos de nuestra esencia, de la luz, del amor puro, de Dios. Sin dar un sentido a nuestra existencia el bosque encantado se convierte en un laberinto imposible. A mi me va bien pensar que cada cosa que me sucede encierra un tesoro. A veces me lleva tiempo descubrir el lado bueno, pero sé, por experiencia, que lo tiene. Sé que tengo que tener paciencia para transformar dentro de mi lo que me impide encontrarlo. Lo demás es como es, pero yo puedo ir cambiando.

Mercè Castro Puig