dimarts, 3 de febrer del 2009

Cuando el alma se encuentra rota, el dolor es nuestro huésped y no encontramos algo que pueda sanar un poco y aliviar nuestro sufrimiento, se enciende una luz muy tenue que casi no podemos ver.

Nuestros ojos están nublados por el llanto y no pueden ver con claridad esa luz. Dios nos tiende la mano para sostenernos y no caer, pero las nuestras están débiles, sin fuerzas y no pueden asirse a esas manos.

El nos habla dulcemente intentando darnos consuelo, pero sus palabras son calladas por nuestros gritos de dolor que salen desde lo más profundo de nuestra alma. Sus manos amorosas intentan abrazarnos y darnos un poco de calor, pero nuestra pena es tan fría que anula ese calor. El nos mira con misericordia y con los ojos llenos de amor, pero nuestra mirada se encuentra perdida en algún lugar desolado y frío.. Así es el dolor de perder un hijo. Ni siquiera el amor divino puede mitigarlo un poco.

La razón y el corazón se desconectan y sostienen una lucha por predominar y sale victorioso el corazón, roto, sangrante y a medio latir. Y así, ausente la razón y el corazón herido mortalmente, seguimos caminando, arrastrándonos en busca de esa luz que parece tan lejana: la luz de la esperanza.

Y poco a poco nos llega como pequeños rayos e intenta fortalecer a ese corazón tan mal herido y a punto de desfallecer.

Y la mano de Dios se agranda y al fin podemos tomarla débilmente, y nuestros gritos desesperados se convierten en lamentos débiles que nos permiten escuchar la voz dulce del Señor. Y nuestra pena deja de ser tan fría y su tibieza nos permite cobijarnos con el potente calor de las caricias que nos prodigan las manos de Dios. Y nuestra mirada se cruza con la mirada divina de nuestro Padre y todo lo llena de paz. Y aunque nuestro corazón aún discute con nuestra razón, ella le hace entender que el verdadero amor es renuncia y sacrificio, y que quien ama verdaderamente se alegra con la felicidad del ser amado, aunque esto signifique renunciar a tenerlo consigo.

Así es el consuelo que nos brinda Dios al perder un hijo. Y junto con este consuelo El nos regala la promesa de volvernos a reunir y compensarnos de todo el dolor vivido. Y lo que nos reste de vida, viviremos aferrados a esa esperanza que nos permitirá seguir adelante más fortalecidos.

Lilian Galván Ortiz - Gracias Lilian

2 comentaris:

Anònim ha dit...

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Anònim ha dit...

y si quereis escribir ya sabes, decirmelo :)