dijous, 7 de gener del 2010



Y ese cuento… ¿tiene un final feliz? – Gisela Luján

Mis estudiantes están sentados en círculo, callados, esperando que les comience a leer el libro que he escogido para la lectura oral. Con cuidado abro las páginas amarillentas del libro – una edición bastante vieja- carraspeo y comienzo a leer…”Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.” Hago una pausa y bajo el libro porque veo que una estudiante me mira fijamente, con su mano levantada. Le pido que formule su pregunta, para seguir la lectura. Con mucha seriedad me pregunta… “Maestra, ¿ese cuento tiene un final feliz?”
La pregunta resuena como un eco en mi cabeza – ya la he escuchado antes muchas veces - y me remonto al pasado cuando allá y entonces Mariana, que tendría unos 5-6 años, me pedía que le leyera alguno de sus cuentos favoritos o ya acostada en su cama, lista para dormir, le pedía a su papá que le contara cuentos “que tengan ositos, princesas, un conejito rosado y un final feliz.”
¡Qué importante son los finales felices para los niños y para nosotros los adultos también! ¿No queremos todos, un final feliz? ¿No necesitamos todos, una buena dosis de final de cuentos de hadas? El príncipe y la princesa se casaron y vivieron felices para siempre. Pero más probable que hayan ranas que nunca recibieron el beso anhelado de la princesa que los devolvería a su condición humana; princesas que nunca despertaron de un sueño profundo porque el príncipe no encontró el camino al castillo. Tristemente la vida no es como los cuentos de hadas, ni siquiera para los más pequeños. Muchos a muy temprana edad ya han sentido en sus bocas el sabor amargo de la pérdida de un ser querido. Un padre, una madre, un hermano, un hijo se ha ido de nuestro lado y se ha llevado en su viaje nuestros sueños, ilusiones, nuestra alma y nuestro corazón. Quedamos huecos por dentro y por mucho tiempo solamente nos queda el sabor amargo de la pérdida que tragamos una y otra vez.
Regreso de mis cavilaciones como quien regresa de un sueño o de un lugar lejano y extraño. Miro a la niña que espera mi respuesta… Sonrío y le digo: “¿Sabes qué? Este libro sí tiene un final feliz porque Platero está ahora en un prado en el cielo y lleva en su lomo peludo a un ángel adolescente, una niña llamada Mariana con quien juega entre nubes de algodón. Desde allí nos ven. Y yo escucho su rebuzno y la risa cantarina de Mariana.”