DOLOR Y FLORES

A colación de una noticia de hoy sobre la desaparición de una chica de diecisiete años, en un programa de radio he podido escuchar la intervención de un oyente.

Se trataba de un chico y de la historia de cómo perdió a su hermano de siete años. Ha dicho que una tarde salió de paseo con su familia. Su padre, su madre, su hermano de siete años y él.

Se distanciaron unos de otros; la madre porque pensaba que el pequeño estaba con el padre, el padre porque pensaba que iba con la madre y el que narra la historia porque se “despistó” un poco para fumarse un cigarro a escondidas.

Cuando se dieron cuenta de que el pequeño no estaba con ninguno de los tres, empezaron su búsqueda, estuvieron toda la noche buscándolo con la ayuda de muchos voluntarios, pero no lo encontraron hasta la mañana siguiente. Muerto, en la orilla de un rio, con las manos abiertas, como tratando de agarrase a algo.

No podéis imaginaros como lloraba después de dieciséis años. Ha dicho que su hermano pequeño sabía, nadar, que él le enseñó, pero que de nada sirvió. Lloraba tan desconsoladamente, después de dieciséis años.

Cada día que pasa me dio más cuenta de lo horrible que es perder a un ser querido de una forma tan trágica.

Hay un montón de sentimientos que se apoderan de ti. Rabia, indignación, culpabilidad, impotencia, desesperanza, angustia...

¿Cuánto habrá sufrido esa familia por esa muerte? ¿Será así para toda la vida?

Ayer enterraron a cuatro niños en Sant Boi (Barcelona) por un accidente casual provocado por el viento. ¡Cuánto van a sufrir esos padres, hermanos y familiares!

Tratamos de encontrar “señales” que mitiguen nuestro dolor y de vez en cuando, como la del pasado sábado; vemos alguna como la del único almendro que tenía flor en toda la masia. Era uno que estaba junto a Maricarmen. Se me hizo un nudo en la garganta…

Martín Pascual